La previa
Por Bernardo Guerra
A las nueve de la noche del 23 de marzo de 1976, los estudiantes de la Universidad Nacional del Comahue, que vivíamos en las Residencias Universitarias, nos juntamos en el comedor de la casa número 1, que también funcionaba cómo living y sala de estudios, para escuchar las noticias que difundía la radio uruguaya “Colonia”.
La Residencia para varones de la Universidad estaba en la calle Gobernador Anaya, a unos 200-300 metros de la ex ruta nacional 22.
Nos habíamos reunido esa noche a escuchar las noticias porque era inminente el golpe de estado. Era un secreto a voces. Era vox populi. Sólo faltaba conocer la hora en que se iba a concretar.
La ansiedad, la incertidumbre por lo que se venía, la hacíamos más tolerable con puchos, mate y galletitas.
Esa noche del 23 y madrugada del 24 de marzo de 1976 quedábamos pocos estudiantes en las Residencias: un pampeano, un cordobés, un platense, un catamarqueño, dos sanjuaninos, un puntano, un porteño, un rionegrino y un chileno.
La mayoría de los estudiantes había regresado a sus ciudades de origen, por seguridad. El país era una caldera a punto de explotar.
Los que por distintas razones no nos fuimos, esa noche-madrugada estábamos escuchando las noticias sobre el golpe que pasaba desde Uruguay, radio Colonia. Me parece que tipo 4 de la madrugada, la radio confirmó que el golpe se había producido y que la presidenta, Estela Martínez de Perón, sería traslada a Villa La Angostura en Neuquén.
Nos miramos, hubo algún comentario y nos fuimos a dormir. Me dormí profundamente hasta que gritos, corridas y una voz que me ordenó «contra la pared», me despertaron. Giré mi cuerpo en la cama y me “pegué” a la pared. Serían las seis/siete de la mañana.
No sé cuánto tiempo estuve en esa posición.
Lo siguiente que recuerdo, es estar tirado en el suelo, a la entrada de las residencias, con la boca abajo y las manos en la nuca.
También tengo presente el momento en que pasó el colectivo de la empresa Gonzomar que hacía el recorrido hasta el barrio La Sirena, zona donde estaban las Residencias Universitarias. El chofer, “el Rafa”, nos conocía a todos. Nos ve tirados en el suelo, toca la bocina y detiene el colectivo. Se baja gritando ¡qué pasa!
Pobre. Poco más y termina haciéndonos compañía.
Pasado el mediodía nos ordenaron ponernos de pie.
Cosa difícil. Teníamos todo el cuerpo agarrotado. Entonces a las patadas nos pusieron de pie y nos hicieron subir a un colectivo del ejército o la policía provincial, no lo recuerdo muy bien.
Nos llevaron a la comisaría de la Avenida Olascoaga.
En un pasillo largo y oscuro nos pusieron, otra vez, con las manos y la cabeza contra la pared. Estando en esa posición, los policías se divirtieron con nosotros.
Con sus armas, cada tanto y sorpresivamente, hacían ruidos que asustaban. Un compañero se orino.
Cuando la tarde se iba, nos largaron de a dos, de a tres.
Las 15 o 16 cuadras que separaban a la Comisaría de las Residencias, las hicimos caminando por la banquina de la ruta nacional 22.
En silencio, casi no hablábamos. Estábamos muy impactados, conmocionados.
Cuando llegamos a la Residencia la imagen fue devastadora.
Las paredes de las casas estaban destruidas.
Todo lo que había en el interior de las casas, estaba o roto o desparramado en el frente de las viviendas.
Ordenamos un poco nuestra casa y nos fuimos a dormir.
Al día siguiente comenzó el éxodo. Los que pudieron irse, se fueron, regresaron a sus provincias. Los que, por distintas razones, debimos quedarnos un tiempo más, tuvimos prohibido salir de las viviendas por algunos días. También soportamos varios allanamientos, sobre todo de noche. Entraban sorpresivamente a las viviendas y nos exhibían fotos, y preguntaban “dónde está, quién es”. Otras veces se llevaban a algún compañero para interrogarlo en alguna dependencia policial o del ejército. La bronca y el miedo comenzaron a ganarnos. Había que irse.
Por aquellos días vecinos y doña Leticia, la dueña de la despensa del barrio nos acompañaron, nos contuvieron. La tabla de salvación de muchos por aquellos días, me incluyo, fue el obispo de Nevares. Gran persona.
Hizo mucho por los que “andaban flojitos de papeles”. Con el tiempo entendí que era una humorada/metáfora del obispo para definir la situación de exiliados uruguayos, chilenos, peruanos, que habían salido abruptamente de sus países por golpes de estado o persecuciones políticas.
Ese grupo de estudiantes de la Universidad, fue testigo y sufrió en carne propia, el inició en el país de la larga noche de secuestros, desapariciones, torturas, violaciones, robos de bebés y muerte.