Breve fenomenología del narcotráfico. Apuntes sobre la (des)movilización

Breve fenomenología del narcotráfico. Apuntes sobre la (des)movilización

Por Nicolás Nahuel (@niconnahuel)

La dosis hace al veneno

Paracelso

Empecemos aclarando qué es la fenomenología: el estudio de los fenómenos (aquello que, en su conjunto, podríamos llamar mundo) en tanto se manifiestan directamente a la conciencia. Quizá, en su reducción última, de la experiencia pura. Dicho esto, poner «fenomenología» en el título es una excusa.

No es una novedad hablar de la precariedad de la vida o de la precarización existencial. Tampoco del nihilismo reinante, es decir, la falta de sentido. Pero es un gran problema social cuando ambos se conjugan. Una vida precaria y sin propósito se vuelve una vida en peligro.

Una vida en peligro conoce en extremo el riesgo de existir. Es una vida sin tierra, sin techo, sin trabajo. Sin pan ni paz. Una vida a la intemperie. Quizá con escasas intermitencias de lazos sociales, y está corporal y anímicamente herida.

Imaginemos un barrio popular en el que hay un merendero. Además de darles la merienda a lxs pibxs, ahí tratan de sacarlxs de la droga. A grandes y chicxs. Pero resulta que su barrio, y particularmente el terreno en el que está la casa y el merendero, está en disputa. Los narcos lo tienen de punta. Porque lxs chicxs que van, si comen en el merendero, se alfabetizan y, encima, son felices (por ejemplo, con los juegos que muchxs voluntarixs preparan desinteresadamente), no se vuelven consumidores ni, menos todavía, vendedores. Entonces, un día los narcos caen con fierros y aprietan a la señora que abre las puertas de su casa a lxs chicxs del barrio y a lxs pibxs van a dar una mano en el merendero.

Ya son varias las generaciones que han vivido bajo un régimen de precariedad de la vida y riesgo existencial. Además, el consumismo y el presentismo (eterno presente sin pasado ni futuro) son una forma de vida aumentada por el darwinismo social con su lógica del más fuerte, el neoliberalismo hiperindividualista, y la lógica del capitalismo salvaje de una competencia feroz por la maximización de la ganancia sin ningún otro “valor”. En estas condiciones, la droga es un escape de la «realidad» y cómplice de ese régimen. La plata se gasta enseguida. Porque como viene, se va, igual que el instante sin futuro.

Que me perdonen ciertos análisis progresistas y trotskistas, peronistas y marxistas, que ven que el problema social más relevante es el avance del fascismo. Son diagnósticos que miran demasiado la política europea.

La fenomenología cotidiana (a)parece indicar que acá lo que avanza es el narco, el (a)narcocapitalismo: la vida anárquica gobernada por la mercancía del narco. Vidas en peligro que son sustraídas y consumidas por la droga. Vidas peligrosas en tanto se arriesgan y arriesgan a otrxs. Y las últimas barreras para su salud mental y corporal son las organizaciones libres del pueblo y, mal que les pese a muchxs, las iglesias. No está el estado “presente” ni está el mercado “libre”.

Este balance fenomenológico no tiene todavía una proyección política en la que, claramente, habría que recuperar el rol del estado y, por qué no, del mercado, de las políticas públicas de seguridad, educación y salud que sean populares, al igual que el valor del ocio y el deporte.

Pero es importante un buen diagnóstico para un buen pronóstico. Es parte de la tarea de la militancia; interpretar, interpelar, intermediar., interceder. No ser los sujetos históricos protagonistas del cambio social, sino estar en ese «entre» incómodo que implica la traducción de mundos diferentes que están en conflicto y que, muchas veces, son extremadamente antagónicos.

Narcosis y anarquía

El gobierno actual, que busca reproducir la estructura neoliberal del estado que se promovió desde 1976, está proyectado en políticas de crueldad y miseria planificada. En el mejor de los casos, con exceso de buena voluntad, un programa de destrucción creativa. Pero lejos está de ser un proyecto anarcocapitalista y neoliberal. Pienso que la interpretación correcta es la de su condición neocolonial.

Ahora bien, hay algo cierto en la conjunción de anarquismo y capitalismo. El anarquismo, en términos etimológicos (que me perdonen mis compañerxs anarquistas), es sin-gobierno, sin-principio. El capitalismo, que ya ha superado su estado de mero sistema económico, es una lógica: la maximización infinita de la ganancia en un mundo que todo se puede vender y comprar. Tal lógica, sin ningún contrapeso político de gobierno o de principios, genera una descomposición estatal, civil y social muy profunda.

Además, vivimos en un grado de narcosis extrema. El estado narcótico es la superación del estado de alienación. El adormecimiento casi onírico y fantasioso, cuando no alucinatorio (así no nos asombran tanto las teorías conspirativas), es generalizado. Las nuevas tecnologías, lejos de generar un progreso moral, político y económico, generan exclusión y están lejos de cumplir la promesa ilustrada de la autonomía y la reducción del trabajo (tesis laica y secular que buscaba suprimir el viejo anatema: “te ganarás el pan con el sudor de tu frente”).

¿Cuál es el nuevo opio del pueblo? No hay nada mejor que superar una metáfora con la pura literalidad. Si antes “la religión” era entendida como droga, hoy “el opio del pueblo” (la droga) son literalmente las drogas, en general, opiáceas, pero también sintéticas y más. Y si la vida ya se había convertido en mercancía, resta ver las consecuencias. El “devenir mundo de la mercancía y el devenir mercancía del mundo” se presta para la anarquía del narcótico: todo tipo de imaginarios sin regulación alguna y desinhibición del inconsciente que, desde luego, es inconsistente e incoherente. Pero también lo narcótico de la anarquía: la ilusión de vivir una vida sin principios ni gobierno.

Hay un símbolo que es interesante analizar: la pala. Esa que, o bien representa la cultura del sacrifico y el trabajo, o bien reviere a la cultura del reviente y el vacío del “no me importa nada”. El consumirse en vida es un problema grave y transversal en la sociedad. El consumo de drogas duras, por ejemplo, se ha metido dentro de la policía y la política (ejecutiva, legislativa y judicial). Vivimos en una polis narcótica.

El demos, los barrios populares, periféricos al centro de la ciudad, tienen tres actores fundamentales: las iglesias con su rol espiritual, las organizaciones sociales con su rol comunitario y los narco con su rol económico. En relación a lxs vecinxs, los tres toman diferentes características políticas a partir de la ausencia de los elementos básicos del mercado y del estado.

A pesar de que este gobierno se enfrenta a gran parte de la sociedad civil y organizaciones civiles del pueblo, existe una crisis en las bases sociales. Que haya movimiento de bases no es lo mismo que una base movilizada. Hay expresiones parciales y sectoriales (por ejemplo, y lamento decirlo siendo que es tan importante y relevante en mi vida, la de las dos marchas masivas en defensa de la educación universitaria, que se contraponen a cierta indiferencia, resignación y falta de indignación por más del 50% de pobreza). Hay que poder explicar tal desmovilización (que, según mi hipótesis, comienza con el primer evento de este siglo: la Pandemia).

El capitalismo contemporáneo y la estructura ocupacional-laboral que fomenta, genera un 50% de trabajo informal (economía popular) en Argentina, algo que se replica en todo mundo por la deslocalización, robotización y automatización del trabajo. En nuestro país, el trabajo registrado está sindicado en tres centrales. Si ellas llamaran a una huelga general, sería, necesariamente, parcial. Porque excluirían en su llamado a lxs trabajadores de la economía popular. Pero si incluso la CTEP se uniera, sólo representa una parte, ya quela gran mayoría de lxs trabajadores de la economía popular (personas excluidas de la relación salarial de dependencia hacia un patrón) no están sindicadxs ni organizadxs. Ejercen una economía popular de subsistencia.

Esta crisis las bases sociales tiene que tenerse en cuente para su potencial organización y su actual desmovilización. El malestar acumulado en la estructura social tiende más a la implosión que a la explosión. A lo que se suma la crisis de la representación política y desorientación ideológica (a quienes, con gesto paternalista, se les pide, al estar más “arriba”, que solucionen nuestros problemas, al igual que, según el pensamiento mágico, se le pide al estado como ente abstracto, nada diferente a la creencia de que el mercado se regula sólo a través de su mano invisible).

La falta de empleo registrado, de ingresos fijos y regulares, de derechos laborales y previsionales; las nuevas formas de asociación y sociabilidad virtual, la pandemia de problemas de salud mental; la ausencia de propósito en la vida, de perspectiva a futuro (sea por la crisis económica o, más profundamente, por la crisis climática; el aumento de los consumos problemáticos y el impacto cognitivo y emocional de las nuevas tecnologías y el régimen de las pantallas; toda una generación sin acceso a la vivienda que cada vez más son como siervos de la gleba en relación al alquiler… Todo eso y más conspira contra movilización generalizada.

La imprevisibilidad y la intemperie, la incertidumbre (se nos avisó que teníamos que acostúmbranos a ella: bello oxímoron de tener el hábito de lo incierto, si no fuera por cómo afecta a la vida cotidiana) y la inseguridad vital, son parte de la superestructura emocional y racional de nuestra época. Pero este análisis debe complementarse con el de la estructura de las relaciones sociales de producción de la cual es un tortuoso reflejo, sin caer en la mera disputa por el sentido común o en simple batalla cultural. La reactualización del materialismo histórico tiene que partir de que la vida material está segmentada y fragmentada, virtualizada e informatizada. El capitalismo acelerado lleva a las burbujas de castas y clases: políticas, empresariales y judiciales. Porque sí, vivimos en una sociedad de castas y de clases[1].

Por eso es que me parece demasiado decir que en este lado del mundo avanza solo y eminentemente el fascismo. Lo que avanza, sin dudas, es el narco como actor concreto de la vida social. ¿Y acaso puede ser el narcotráfico un movimiento de “masas”? No lo sé. Pero sí implica una red que sustituye la ausencia del estado y el mercado: da trabajo, mueve plata, genera consumo, da “felicidad” (aunque sea un escape pasajero) contra la ausencia de propósito, promueve una cultura (del reviente), da estatus social, genera jerarquías, es decir, orden y organización social. Claro, delictiva y en torno a una actividad económica que también es delictiva. Porque el narco es un empresario de sí, pero, al contrario del capitalismo prebendario y financiero reinante, está en una etapa del capitalismo “industrial” y representa el viejo capitalismo de riesgo llevado al paroxismo. Ante la descomposición social, aparece el ejercicio de la fuerza bruta y la violencia de facto, la ilegalidad como vía, la destrucción de la salud propia y ajena, la exposición y destrucción de la vida como valor de cambio, además de innumerables delitos contra la propiedad privada y, nuevamente, la vida (dicho sea, la primera propiedad privada que nos pertenece).

Coda para el entusiasmo[2]

Muchísima gente se niega a ser parte del circuito narco. No por razones económicas, sino por sentimientos éticos y sociales, antes que ideológicos y políticos. Creo que ahí están las bases y fuerzas morales e históricas de los sectores populares que, entre la pobreza y la indigencia, no se ajustan a la lógica de tener más guita ni de ser más fuerte.  Pero en los barrios, zonas liberadas a las diferentes fuerzas morales, económicas, policíacas y políticas, también muchas personas se van con el narco, así como otrxs van con la iglesia o con la orga y/o buscan al estado o el mercado.

La recuperación de política públicas intensas en seguridad, trabajo, educación, salud y deportes es un imperativo ético, casi pre-político y pre-ideológico. Si no tenemos claro por qué y para qué hacemos lo que hacemos, muy probablemente estamos siendo manipuladxs y estamos alienadxs. Más en esta época que ya no se caracteriza por la manipulación de masas, sino por la manipulación de individuo por individuo a través de una guerra psicológica y cognitiva (estímulos neurológicos, ya no al alma, sino al cerebro).

Por eso, es necesaria la recuperación y la elaboración del sentido, en su cuádruple acepción:

Como clara percepción de la realidad.

Como firme orientación y dirección.

Como sentimiento que con-mueva.

Como significado y propósito.

 

En este hay que pensar. Porque la militancia también es una forma de la meditación.

El que en verdad piensa es, en Latinoamérica, un sobreviviente.

León Rozintchner

 


[1] Mientras escribía estas líneas leía la noticia de que se habilita a menores de 13 años a que puedan invertir en el mercado de valores, a lo que se suma la eliminación de los fondos fiduciarios para las becas progresar y la búsqueda de la baja de la edad de imputabilidad. En medio de una pobreza infantil del 70% y una epidemia de ludopatía entre adolescentes. ¿Qué modo de ciudadanía se promueve? Sin demasiado riesgo, asumo que una subjetivación de personas que sean prosumidores endeudados y adictos.

[2]Del latín moderno enthusiasmus y este del griego ἐνθουσιασμός (enthousiasmós): inspiración o posesión divina, exaltación del ánimo, fervor interior que viene de una fuerza exterior y superior, arrebato, éxtasis. Voz formada de en-theos. Literalmente, que lleva un dios dentro: “en”y“theos” (dios). El entusiasmo era el furor de las sibilas al dar sus oráculos.

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