¿Será Braden o Perón, como ya lo fue alguna vez?

Por Agustín Graff

Hace apenas dos semanas que asumió el magnate inmobiliario Donald J. Trump como presidente de los Estados Unidos de América. El panorama, si ya era complejo hace unos meses con el envalentonamiento de la derecha global contra los ideales de justicia social, la ampliación de derechos a la comunidad LGBTIQ+ y el rol del Estado en la planificación de la vida en sociedad, ahora se vuelve aún más incierto. El Gigante del Norte plantea una nueva “política del garrote” para reintroducirse en América Latina.

Las ideas de derecha están en boca de todos y, a su vez, de manera irónica o como un modo de evasión, desde nuestro lado seguimos alimentando las emociones que despiertan los disparates ultraderechistas. ¿Por qué no podemos salir de la inercia discursiva que nos impone la derecha? Lógicamente, esto nos lleva a pensar que ahora ellos tienen “los fierros” para plantear el debate. Pero ¿podemos establecer un punto de partida que nos permita volver a pensar en la autonomía, la soberanía y la independencia en lugar de limitarnos a hablar de libertad?

Claramente, el gobierno nacional ha definido quiénes serán sus aliados estratégicos y hacia dónde apuntará su mirada. Para no decir directamente que buscan asemejarse a Estados Unidos e Israel, es evidente que esta orientación debe ser puesta en tensión con urgencia.

Los sociólogos Gabriel Tokatlian y Bernabé Malacalza, en un análisis publicado el año pasado en Revista Anfibia sobre la política internacional del gobierno de Milei —enmarcado en el conflicto diplomático generado por la ex canciller Diana Mondino—, sostienen que la inclinación de Milei hacia Estados Unidos no responde simplemente a una alineación estratégica. Más bien, la observan como una postura ideológica firme, profundamente enraizada en la identidad política del partido libertario, que mantiene un lazo originario con los EE. UU. En su escrito, advierten que “el gobierno de LLA ha implementado una estrategia exterior basada en la desconexión de consensos nacionales, regionales y multilaterales de los que Argentina ha sido históricamente parte y el plegamiento a potencias occidentales” y que, además, “la desautonomización ha implicado el abandono, tanto en el ámbito doméstico como en el internacional —llámese ámbito interméstico—, de enfoques multilaterales valiosos de la Argentina, favoreciendo una postura de aquiescencia con intereses geopolíticos externos, particularmente de Estados Unidos e Israel” (Tokatlian & Malacalza, Año, p. XX).

La idea de la desautonomización es entendida como “una dilución progresiva de la soberanía, que no necesariamente implica una supeditación directa a decisiones de un actor dominante, sino más bien un vínculo complejo que gradualmente restringe el margen de maniobra y la capacidad negociadora en distintos frentes. Este proceso se intensifica en el contexto de la globalización, donde no solo los Estados, sino también agentes externos no gubernamentales y poderosos, imponen limitaciones cada vez mayores, algunas veces como resultado de concesiones unilaterales del país a la espera de futuros dividendos o compensaciones. La desautonomización, entonces, capta la erosión del control soberano de manera difusa, como un fenómeno multifacético que, a diferencia de la dependencia, va más allá del peso específico de los actores estatales dominantes y de agentes privados influyentes.” Esta definición fue el disparador de este escrito porque mantiene un fuerte correlato con una vieja discusión: soberanía política e independencia económica versus alineamiento político e ideológico con los EE.UU. y dependencia económica. En resumen: Braden o Perón.

Estamos, posiblemente, en un momento singular en la historia de las relaciones bilaterales con Estados Unidos. Sin embargo, si en los años noventa hablamos de relaciones carnales durante el menemismo, ¿qué nos queda ahora? Se suele referir a esa década como un período marcado por la introducción directa de la cultura estadounidense en la vida cotidiana de los argentinos, pero no parece que esto se asemeje a la dirección que el gobierno de Milei está tomando. La entrega es total: recursos naturales, seguridad, política militar y una incesante búsqueda de etiquetar a todo como “organización terrorista”. A mi entender, estamos entrando en una mala película de Clint Eastwood.

Desde este humilde lugar, debemos reconstruir una lucha contra la dependencia económica y la intromisión del Departamento de Estado de los Estados Unidos en los asuntos internos de nuestro pueblo. Todo esto en un contexto en el que el multilateralismo es moneda corriente y en el que estamos presenciando una guerra abierta en Europa del Este, cuyo impacto geopolítico, sinceramente, aún no podemos calcular.

Los discursos antiimperialistas y antimonopólicos han quedado obsoletos para algunos, pero la discusión sobre nuestra soberanía debe volver al centro de nuestro proyecto político. No podemos permitir que nuestro destino como nación quede supeditado a los designios de Washington. El debate entre Braden y Perón ha cambiado de nombre. ¿Quién es Braden y quién es Perón hoy? Ponele el nombre que quieras, pero esta cuestión puede ser la clave para la movilización de nuestro pueblo.

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