Por Azul Dragone
Al principio la discusión giraba en torno a dejar de mirar redes sociales, eliminar gente que votó a Milei, dejar de ver y escuchar noticieros, diarios, portales -sean amigables o no-, y resguardarse en un micro mundo individual en el que sólo se intercambien mensajes felices, melancólicos de lo que supo ser, esperanzadores, que nos den la razón y no deliren derechismo extremo como el que prima en este mundo actual y horrible.
Se me hacía difícil pensar que hablaríamos de dar la batalla cultural, del cómo y del cuándo. Podía entender el miedo, el sentirse acorralada por contra ideas de odio. Las redes se volvieron una pesadilla en la que los trolls son miles de arañas que tienen como único fin destruirte psicológicamente y excluirte del mundo (virtual y no tan virtual) ¿Cómo podíamos superar la catarsis autocompasiva y volver a forjar las redes feministas que tanto necesitamos para afrontar este momento? Jujuy ya había sido lo suficientemente catártico y aterrador como para dejarme desesperanzada. Claramente no era excluyéndonos en nuestras burbujas, ni hablándonos a les mismes convencides. Tampoco era muteando o dejando de seguir al que «piensa distinto» (muches no piensan tan distinto, solo se cansaron de los discursos bonitos sobre derechos abstractos que no hacen base y la falta de principio de realidad).
Éramos 40 mujeres y diversidades sentadas en un aula con 27°C y humedad en Corrientes. Los abanicos danzaban a distinto ritmo, igual que el mate. La charla empezó a fluir y algunas decidimos apostar a lo propositivo para combatir ese miedo internalizado que nos persigue desde ese fatídico noviembre del ’23. Si algo caracteriza al movimiento feminista y transfeminista es luchar con alegría y amorosidad, pero siempre luchar.
La charla intergeneracional se dividía en un uso restringido de las redes para las niñeces y adolescencias o, un aprendizaje para su aprovechamiento. En tiempos de fakenews, trade wifes, roblox como método de captación de infancias, violencia digital e IA, repensar las estrategias con y en las redes es fundamental.
Las adolescentes del aula se posicionaron con firmeza «La política no nos habla. Creen que si hacen un reel de minuto y medio con un dirigente hablando de Taylor Swift o Milo J ya cubren nuestras demandas. Nos subestiman». Hermoso. Primer aplauso sentido y de pie.
Desde que las redes sociales tomaron relevancia muchas y muchos militantes advertimos que los partidos políticos debían darles la importancia que merecían. Era una nueva forma de comunicar, de mostrar, de existir. Se estaba gestando una realidad digital, tan viva y real como la cotidianeidad del vasto territorio argentino. Pero por supuesto referirse a ellos como territorio era una idea descabellada de les jóvenes que no «interpretábamos la realidad política» por nuestra falta de experiencia. Quizás era más sensato pensar que la realidad política ya no era como la de los añorados 50s, los combativos 70s ni los resistidos 2000.
La subestimación del público joven o de «les desclasadxs» o «les equivocadxs» que votaron este gobierno es algo en lo que nos detuvimos mucho. Así se alimenta la famosa grieta que separa a «ellos» de «nosotros», al «bien colectivo» del «mal individual»; incluso «el centralismo de porteñolandia» y «los provincialismos». Debemos dejar de pensar polarizadamente, hablarle a otres, conmover, combatir desde la ternura y la empatía, dejar de señalar con el dedo, escuchar al adversario y recordar que nuestro país es federal. Primera conclusión: las redes sociales también son territorio y hay que militarlo con estrategia e inteligencia, no prohibirlo sino animarse a bucear en ellas.

Segunda conclusión: no subestimemos. Eso también es violencia.
Las palabras son importantes y dejar de «hablar difícil» es parte del desafío para abrir las fronteras de la comunicación. Este año nos dimos cuenta con algunas compañeras que los feminismos y transfeminismos nos concentramos en las grandes urbes, alejadas de aquellas mujeres a las que nuestros relatos no le son ajenos pero nuestro discurso sí. Invitar a encontrarnos desde lo comunitario, lo colectivo, intercambiando experiencias, construyendo redes y conocimiento sin revolear por la cabeza «El Segundo Sexo» de Simone de Beauvoir fue y es un gran desafío.
Tercera conclusión: hablar según el contexto y el público no quiere decir que bajamos las banderas ni le fallamos a los feminismos históricos. Simplemente es poner en práctica el feminismo popular y llegar a las que no llegamos para construir un mundo más justo y equitativo de verdad.
Si de violencia hablamos por supuesto el vaciamiento del Estado y de políticas públicas fue un eje central. La realidad de las provincias es devastadora. La ESI, la diversidad sexo-genérica, la perspectiva de género, la violencia machista y la justicia social son conceptos tergiversados, excluidos y absolutamente descartados por algunos gobiernos locales que hicieron bien la tarea que dictó Milei y su séquito misógino. Pocas provincias resistimos, no sin dificultades para los equipos, buscando estrategias para alivianar los discursos, masificarlos y mantener los derechos que tanto nos costó conseguir. La vara está tan baja que sostener lo que creíamos obvio hoy es símbolo de resistencia. Solo basta mirar más allá del Limay para darse cuenta de que aún en este contexto vivimos en Narnia.
La violencia mediática fue una gran herramienta para la disputa de sentido durante esta avanzada antiderechos que terminó gobernando la Nación; pero fue poco debatida y denunciada por desconocimiento o minimización. Siempre hay problemas más importantes que resolver.
Los medios de comunicación tradicionales no lobotomizaron a la sociedad, sino que expresaron con efervescencia la ira contenida de un pueblo desgastado, desesperanzado y harto. Si no hay respuestas del Estado ¿por qué esperamos que voten más Estado? Así, una violencia desmedida y sin control se apodera de los medios, mostrando el odio como revolución y la violencia como método de libertad de expresión.

Nuestros discursos pueden volvérsenos en contra porque, tan abstractos, no llegamos a internalizarlos. Tan grandes que nos apabullaron al ponerlos en práctica, sin procesos de consciencia suficientes, sin una real apropiación ni análisis efectivos de las realidades. Aprender a escuchar sin interponer lo que nosotres pensamos que es mejor para el resto, es una práctica que debemos pulir.
Cuarta y última conclusión: el pueblo no es idiota y a los discursos de odio y la violencia mediática la tenemos que combatir con las herramientas que aún nos quedan (leyes, protocolos, recurseros, organización). Hay que denunciar y exigir y volver a denunciar tantas veces como sea necesario. Pero sobre todo hay que reconstruir y conmover a un pueblo herido.